El colorido de las Fallas me ha recordado la importancia, o no, que tiene la simple apreciación de los colores y todos y cada uno de los estereotipos que les atribuimos…
Por suerte del destino que me ha hecho rodearme de gente altruista, he disfrutado siempre de bicicleta. Cuando me pasé a las bicis «grandes», dejando atrás aquella de las ruedecillas a los lados, usé la de mi madre, de color azul, con la que me llevé mis primeros puntos en la ceja. Después como la que me había comprado, roja, me la robaron, mi tía me dejó la suya, a la que le destrocé el pedal saltando por los terraplenes, era de color carne… sí, extraña. Después usaba la de mi hermana, también azul, después llegó la de mi compañero, una verdosa de carretera, al poco llegó la BTT, también de él, de color marrón…
Y tras esa primera experiencia con la bicicleta por las montañas del Maestrazgo, pasé muchos años con bici propia, primero roja, después azul… siempre BTT…
Pero de nuevo el destino, o más bien mis ganas de ser madre, me mantuvieron alejada del ciclismo durante unos años… y cuando volví a empezar a pedalear de nuevo, ¡madre mía!, es como si hubiera pasado un antes y un después.
Las cosas en esto del ciclismo han ido tan rápido como la tecnología celular, me acuerdo la primera vez que un vendedor de telefonía me dijo, ¿dos años? eso es mucho para un móvil…¿!!?. Con la bici había pasado prácticamente lo mismo, en el lapsus en el que yo había estado sin montar, mi bici parecía de la prehistoria… frenos V-brake (uffff), cambio shimano XT 8 velocidades (mmm…), suspensión de 80 (lo mínimo ya iba por 100) y eso sin hablar de las geometrías, de los diámetros de dirección… así que ni corta ni perezosa, un día mi compañera globera de rutas por Sierra Espuña, que había decidido dejar de ser globera y pasarse «al lado oscuro«, me ofreció su bici… su PEDAZO BICI, tardé en decidirme, eso de llevar el «coche» de otra persona… pero un día me llaman y me dicen que unos amigos suyos que pasaban de camino me la traen… no dije que no.
Otro mundo, otro concepto, otras emociones, otra forma de disfrutar se abrió ante mí.
Era como ir sobre un sofá con ruedas, una seguridad nunca percibida, saber que la bici no me la acabaría nunca… sobrepasaba mi potencial.
Pero aún con todo eso, la máxima peculiaridad de esa bici es que, además de ser de descenso… era rosa.
He podido comprobar con el tiempo que la tuve, y habiéndome decidido a comprar la mía en otro color más clásico, rojo, que el color rosa hacía un efecto extraño… muy extraño… todo el mundo me conocía (yo a nadie), se me ponían a mi lado a pedalear como por arte de magia. No podían verme y no emitir palabra, la que fuera, pero palabra.
He oído de todo mientras pedaleaba sobre esta gran bici, La Rosa, mucho bueno, y también malo.
Definitivamente, el color de las cosas ejerce un efecto en el ser humano que desata todo tipo de estereotipos, prejuicios, formas de pensamiento, formas de comportamiento, dependiendo de nuestra concepción del mundo así reaccionamos ante ellas.
No me han vuelto a pasar semejantes historias sobre la bici desde que es roja.
¡Bienvenida de nuevo! Tengo ganas de verte con tu dueña y con las nuevas 27,5″.
¿Vas a seguir dando que hablar?