Son las 00:00 y me dispongo a escribir. Las cosas nunca tienen nada de particular si una no quiere, pero después de haber estado allí en diciembre y ver a la gente en bicicleta a dos grados bajo cero al medio día, circulando de aquí para allá, incluso algunos ¡sin guantes!, cuando a mí se me helaban las manos por el simple hecho de hacer una foto…
y es que las bicis seguían aparcadas para usarlas en cualquier momento, hacia frío, sí, pero daba igual, así es, sin más.
Es como si de repente abrieras una puerta y te dieras cuenta que hay múltiples habitaciones por donde poder transitar y cada una te contara una cosa diferente, como en la Casa de Goethe, con el cuarto azul, o la habitación «Pekín», o la sala de la música, o la biblioteca, o la de las marionetas… y esto me recuerda algo que escribí hace un tiempo, cuando me pasaron unas fotos de unas puertas y me dijeron: escribe algo. Y de esa manera, me puse a escribir sobre la curiosidad de las puertas de mi infancia
Hay puertas que a veces llaman la atención…
Me tocó nacer en una gran ciudad, mis padres habían migrado en busca de «mejores oportunidades», así que como muchas familias hacían, llegaban las vacaciones de colegio y volvíamos al pueblo, con los tíos, primos y abuelos (quien los tuviera).
Y una de las cosas que me llamaban la atención, era la forma en que mi tía hacia uso de la puerta de su casa.
Fotos de puertas cedidas por: Carmen Herranz http://cheribarviajalovetravel.blogspot.com.es/2016/06/frankfurt-me-gusta-jp-morgan-challenge.html
La puerta.
Fueras cuando fueras, la puerta de su casa siempre estaba abierta, y no en sentido figurado, no, siempre estaba literalmente abierta.
Era esa típica casa de planta baja que da a dos calles, donde podías encontrar reunida a parte de la familia, no toda, porque éramos muchos… aunque, en ocasiones la encontrabas vacía y llegabas a una de las puertas, y chillabas: -¿hooolaaaa?- y entrabas, y no había nadie, y la atravesabas… y nadie… mi tía se había ido a comprar el pan, o la leche… incluso a veces oías a alguien duchándose en el baño…. y silenciosa te ibas, un poco con vergüenza, para no molestar.
Otra de las puertas que también estaba siempre abierta era la de un tercer piso, mis otros tíos (o segundos padres, también…). Subías las escaleras, sin ascensor, y cuando los escalones iban desapareciendo, poco a poco iba apareciendo la puerta, esperando con sus alas abiertas…
Lo cierto es que no eran puertas especialmente bonitas en su estética, pero sí en su significado.
Puertas abiertas.
Ahora es difícil dejar las puertas abiertas e irte, aún en los pueblos; atrévete, a ver qué pasa…
Las puertas son tratadas como dimensiones de nuestro propio ser.
«Cuando una puerta se cierra…», de ahí los refranes.
Reflejan la cultura, la posición, lo que quieres aparentar, el gusto por la estética, las costumbres… dan a entender, quizás, lo que quieres guardar, lo que hay detrás, lo que escondes o quieres ofrecer… Son llamativas, sencillas, majestuosas, insinuantes, sobrias…
Pero siempre, siempre, son el umbral a otra estancia, a otra dimensión.
A mi siempre me ha gustado tener las puertas o bien abiertas, o bien cerradas…
Ahora aprendo a dejarla entreabierta, por si alguna vez, en algún momento, con un pequeño empujón, te apetece abrirla del todo… y entrar…
No os perdáis los mercadillos navideños si vais por Frankfurt en diciembre. Una buena forma de calentarse es con el Glühwein, o vino caliente… por cierto, hasta en las tazas del vino, aparece la pasión por las bicis 😉
Seguimos pedaleando.
¡Seguimos disfrutando!