Un deseo: Perú.

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En estos tiempos en que viajar empieza a ser algo normalizado, donde se buscan destinos cada vez más exóticos, lejanos, curiosos, paradisíacos, aventureros, históricos, escondidos, sin renombre, con tradición; cualquier lugar es bueno para ir, estar, ver, mirar, observar, descansar, o aventurarse a comprender… yo elegí Perú, esta vez y desde hace mucho.

¿Porqué Perú?, os parecerá extraño, aunque quizá no tanto como a mí.

Empecé a ir al colegio a la edad de cuatro años. Mi profesora era una monjita muy cariñosa, de cuerpo pequeño, delgada, poquita cosa. La recuerdo de cierta edad, pero igual sólo tenía treinta, vete tú a saber. Para final de curso nos preparó un baile con música de «El Cóndor Pasa», íbamos todas vestidas con atuendos indios, los típicos que vemos aquí, un sol dorado grande en el pecho, con arcos y flechas, y una cinta con plumas en el pelo. A mí me encantó todo aquello. Y es que la monja se iba de ayuda humanitaria a alguna aldea con los niños de Perú y ese era su último año en el colegio, de ahí esa despedida con esa música.

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Y puede ser que así, de esa forma, se me quedara grabado en el inconsciente lo de «Perú», todo me pareció mágico, y me dije: algún día iré a ese país.

Y como dicen que los sueños se cumplen, 2017, por fin el destino deseado.

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Mi idea principal era visitar Machupicchu, pasear por la ciudadela de los Incas escondida entre las montañas de los Andes, subir a Waynapicchu, y visitar el Templo de La Luna. Por eso me aseguré las entradas desde España, y el viaje hasta Aguascalientes desde Cusco en el tren de Perurail, el único en el que pueden ir los turistas hasta allí. El resto sería visitar el Valle Sagrado desde Ollantaytambo hasta Cusco, ya veríamos a ver cómo, y si quedaba tiempo, acercarme al lago Titicaca.

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Me habían comentado que encontrar billete de tren en temporada alta se hacía dificultoso y la entrada para subir a la montaña Wainapicchu también.

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Es una montaña que tiene el acceso limitado, sólo cierto número de personas pueden subir al día. Cuando entras firmas la hora de entrada, tienen calculado lo que te puede costar en tiempo cada recorrido… a la salida, vuelves a firmar con el horario de salida que realizas. Y ¿qué decir del recorrido?, simplemente espectacular. Los Incas o quien quiera que fuera que empezara a construir aquello, estaban… ¿¡? no encuentro la palabra.

IMG_20170628_131826IMG_20170629_104315IMG_20170629_112312IMG_20170629_112032La subida es dura, escalones en ocasiones enormes, sendero que se reducía a lo mínimo, y al lado el acantilado, y subiendo, y subiendo. Construcciones que en ocasiones se confundían con la propia roca.

Pero merecía la pena cada paso que se daba…

En medio de esa inmensidad de naturaleza, que parece que te acoge, que se brinda a que la descubras, que se mantiene firme en su grandiosidad, que te hace sentir parte de todo y tan diminuta entre todo aquello… y siempre alerta, entre esa tranquilidad aparente…

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Sigo sin tener palabras. Me deslicé por mi sueño casi sin ser consciente. Estaba allí, entre el turismo, como una turista más, Perú se había convertido en realidad.

 

Un día, la entrada es para un sólo día, puedes entrar y salir hasta tres veces (dentro de la ciudadela no se puede comer)… así que, entré y salí las tres veces, desde las ocho de la mañana en que conseguimos entrar, hasta las cinco de la tarde (anochecía sobre las 17:30, hora límite de visita)… estaba contenta, maravillada y un poco exhausta. Tenía que descansar y la paz me invadía.

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¿Y el soroche o mal de altura? Recuerdo ver cómo se desplomaba a la entrada de Qorikancha o Templo del Sol en Cusco, una chica a escasos metros de donde yo me encontraba, con los ojos en blanco, incapaz de mantenerse en pie más tiempo. Rápidamente sacaron una silla de ruedas y se la llevaron… Yo estuve un par de días aclimatándome, Cusco está más alto que el pico Wainapicchu, las subidas de las callejuelas de la ciudad se hacía muy empinadas, las respiración parecía no dar a basto… bebí mucha agua, mezclada con mate de coca, y chocolate que también parecía ir bien, algún ligerísimo mareo, pero nada más… aún faltaba el lago Titicaca.

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La bandera oficial de Cusco, siguiendo sus antiguas tradiciones de veneración al Arco Iris.

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Después de visitar el Valle Sagrado, me dirigí al lago Titicaca en autobús. Una vez en Puno, por las noches sí me costaba dormir, me despertaba de repente como con falta de oxígeno. En la isla Taquile estuvimos a 4.950 metros de altura. Impresionante.

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Y así es como un simple hecho de la niñez, pasa a ser un deseo adulto.

Lo primero que sentí al realizarlo fue libertad, pero una libertad extraña, fue una libertad como de decir: ya está, ya lo he hecho, ahora ya puedo hacer lo que quiera. Y así es como mi cupo de deseos quedó vacío, sin necesidades, sin un «me gustaría», sin un «tengo que hacer esto antes». Ya no hay una fijación en mi interior que me haga estar esperando lo que yo quiero.

Soy libre, así que, ¿dónde voy ahora?, estoy en tiempo de elegir.

¿Y sobre bicis? En el Valle Sagrado me encontré con tours que ofrecían realizar recorridos entre aquellas montañas, llevaban bicicletas de montaña bastante bien equipadas 😉

Esta vez, seguimos viajando

Seguimos disfrutando

 

 

 

 

8 comentarios en “Un deseo: Perú.

  1. Que viaje e historia más bonita. No hay nada mejor que un sueño cumplido. Ahora a por otro Myrian. Me encanta tu viaje .😉😉😉
    Un abrazo aventurera

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